martes, 21 de febrero de 2012

Técnicas para sobrevivir a un forzado regreso universitario


Lo confieso, soy un mentiroso. Y esta vez no es una mentirijilla de esas piadosas, en plan, “Mamá, que no es un tatuaje, ¡es una calcomanía!”. Me vendo como alguien Híper-Preparado… pero no es así…

Al regresar de mi año en el extranjero descubrí que aún no soy un licenciado. Fue en una llamadita para preguntar cómo sacarme el título cuando me enteré de que me faltan dos créditos. Una asignaturita, nada muy complicado. Pero el vía crucis empieza si recuerdas cómo funciona la Universidad en la que estoy matriculado.
Antes de empezar el cuadrimestre fui a pedir una matriculación fuera de tiempo, alegando que había estado en el extranjero y demás. Las dudas me asaltaron cuando al cabo de una semana no había recibido ninguna llamada de confirmación. Y cuando llamé yo me dijeron que tardarían “mínimo” dos semanas en decirme algo. Las clases comenzaban al cabo de tres días, (¿?¿?¿), y desde el centro me habían dicho que hiciera la petición en esas fechas.
Total, por una casualidad divina chequeé mi cuenta bancaria y ya me habían quitado la pasta que cuestan unos dos créditos (casi 200 euros, viva la universidad pública). Así que descubrí por el banco lo que gestión académica desconocía, que ya estaba matriculado.

Entonces llegó el primer día de clase, y descubrí muchas cosas. Entre ellas que no era mi primer día. Estaba matriculado en un grupo distinto, aunque nadie me dijo nada. También  tuve que cambiarme la asignatura de una de libre elección a una optativa, como había pedido en mi solicitud (en mayúsculas y subrayado).
Esperando empezar la clase conocí a una chica de Erasmus, los dos éramos como novatos en el mundo universitario español, y alucinamos porque la profesora no apareció. Fuimos a hablar con gestión académica. 

Una señora  muy amable me culpó de mirar mal el tablón donde aparecían las aulas, y luego reconoció su error. ¡Estaba mal apuntado! Todo esto después de 40 minutos buscando el aula,  pero cuando llegamos al sitio correcto. ¡NO ESTABA EL PROFESOR! Un grupo de educados alumnos estaba sentadito y charlando de sus cosas, luego decidieron irse. Sin buscar respuestas ante la ausencia del profesor.
Yo me fui a quejar. Y al final me di cuenta que había perdido toda la mañana entre llegar al campus universitario, arreglar los papeles de la matrícula, hacer el gilipollas buscando aulas y descubrir a ausentes docentes, y con todo me había gastado 5 euros con 40!
Con todo, me quedo con la cara de mi compañera de aventuras, la Erasmus belga. Con un más que correcto español, me dijo: “¿Esto es así todos los días?”. 

“A menudo”, le respondí.
“Pues que paciencia. En mi universidad una cosa así no puede pasar, habría muchísimos problemas y quejas”.

Me sonrojé un poquito, como si yo tuviera la culpa.

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