miércoles, 17 de octubre de 2012

Rumbo a Nueva Zelanda (Parte 3): Cómo disimular el exceso de equipaje en los check-in del avión



Hoy voy a contaros que en muchos de mis viajes siempre hay un denominador común: llevo muchos más quilos de los permitidos.

Madrid, Londres, Mallorca, Quito y ahora Auckland. La verdad es que no es la primera vez que hago las maletas para coger un vuelo e irme lejos por un buen tiempo.
La fase de  preparación de maleta  me pone muuuuy nervioso. ¿Qué debo dejar y qué debo meter en ella?
Pero sobre todo ¿Me dejarán pasar todas las cosas que debo llevar sí o sí conmigo?

No se piensen que tengo un gran afán consumista ni vaya por la vida con 20 pares de zapatos. Pero amigos, 20 kg + 10 de mano son en realidad 5 pantalones 7 camisetas, algunos pullovers y los calzoncillos y los calcetines justos. Y si a esto le sumas un equipo de cámara, el ordenador y demás complementos… al final se te queda en nada.
Para ir a Nueva Zelanda (NZ) me he propuesta llevar el mínimo imprescindible, no quiero complicarme la vida. Pero por si acaso ya voy recordando mis estrategias de despiste ante un mostrador. Os voy a contar algunos truquitos… ¡y se aceptan consejos!

      1) Es muy importante sonreír SIEMPRE cuando das tu número de identificación de vuelo. Y por encima de todo, poner la maleta a pesar sin que te lo pregunten, y cuando te pidan mostrar lo que llevas de equipaje de mano, señalar la maletita que llevas al lado inocentemente. Una buena sonrisa equivale a una maleta de más que vas a entrar.
  
      2)      Mientras señalas la maletita de mano. Debes disimular la mochila que llevas detrás en la espalda, donde hay como 7 kilos más, y si te piden explicaciones decir que llevas el lap top (en inglés siempre queda más molón). En realidad, llevas el ordenador en un bolso lateral que tapas con el abrigo largo, que si además pesa, te ahorras de poner en la mochila. A su vez, en el bolso lateral para el ordenador llevas también una carpetita con la documentación que te piden en aduanas, y si eso alguna libretita o libro, por si te aburres durante el vuelo. 

    3)     Pasada esta fase. Llega el momento de entrar en el avión. Donde te someterán a un nuevo escrutinio. Aquí es decisivo fijarte en el modus operandi de la compañía, y analizar si los atentos azafat@s vuelven a mirar quien entra en el avión qué y si sobrepasa lo establecido. Si lo hacen, y son tan jodidos que te obligan a facturar en el último momento, tras pagar una especie de multa, para poder embarcar, debes hacerte un conocido como luggage-friend.

Luggage-Friend: Dícese del amigo que conocerás en el avión y que, como no lleva casi nada de bolsa de mano, te entrará alguna de tus múltiples paquetes. Debes acercarte con él cómo quien no quiere la cosa, y de forma rápida entablar conversación. Ser claro y franco: temes que no te dejen entrar todo en el avión y llevas artículos de valor que te da miedo facturar. 

Es preferible buscar a gente de tu rollo, es menos desconfiada.  Yo siempre recordaré a Gemma, quien tras dos cambios de vuelo y retrasos me ayudó en un Madrid-Barcelona, cuando regresaba desde Quito en Navidades a tope de suvenires y recuerdos. Toda bondad, me dejó llamar con su teléfono y me entró una maleta de ruedas. Y así yo pude entrar de equipaje de mano nada menos que la mochila, el ordenador y una bolsa de plástico enorme.

La recordaré siempre, a Gemma.

Sobre todo porque de no ser por ella me hubieran obligado a facturar la maleta pequeña de ruedas. Y me hubiese quedado sin un mísero calcetín, porque la otra, la grande con la mayor parte de mi ropa, me la tuvieron perdida durante más de tres días.

Llegué el día antes de Navidad. Así que fue una Navidad distinta. Me reencontré con mi familia y con unos gallumbos que no utilizaba desde adolescente.
Los únicos que tenía en casa… :P

lunes, 15 de octubre de 2012

Rumbo a Nueva Zelanda. Parte 2: Maletas



Estos últimos dos meses son meses de maletas. A finales de agosto dejé mi piso de Gracia, después de más de dos años en él viviendo intermitentemente.
Entonces tocó hacer maletas, desmontar algún mueble y decir adiós al único sitio que he considerado un verdadero hogar desde que me fui de casa con 18 años. Cabe decir que la mudanza fue fácil, porque al regresar de Ecuador ya sabía que no me iba a quedar mucho en Barcelona. Así que no fue demasiado traumático.
Desde que abandoné el piso, he vivido con una maleta a cuestas, lo básico. He hecho idas y venidas a Girona, he celebrado algún viaje, y he ‘okupado’ casas de amigos y de mi chico.
Hoy he empaquetado de nuevo, y me he llevado lo poco que se quedó en mi querida Barcelona. Con miedo, me he preguntado si quedará en Barcelona algo de mí cuando vuelva. Me he sentido chiquitito, menguante.
Esto me ha hecho acordar lo que supone hacer maletas y abandonar un sitio. Llevar tus pertenencias a cuestas, supone elegir aquello imprescindible que debe acompañarte allí donde estés.  Seleccionar también lo que te identifica, te hace especial. Y desechar todo lo demás, lo sobrante.
Hacer maletas es jodido pero práctico, sientes que tu vida, por lo menos en lo material, se reduce a lo que te permiten subir en un avión. Yo cada vez intento ir más ligero… es como una lección barata para aprender a vivir con menos.
Pero hay otras maletas. Esas llenas de recuerdos, sensaciones, buenos momentos y situaciones. Repletas de personas y personajillos.
Es curioso, porque he hecho bastantes maletas de este tipo en mi vida, de ida y de vuelta. Y algunas me han costado más de llevar conmigo que otras.
Quizás esta vez, con mi madre algo pachucha, la familia algo apenada y un amor que dejo a medias, mi maleta viene más cargada que nunca.
Procuraré engrasar las ruedas, convertir el dolor en madurez. Intentar que todo fluya.
Y en una maleta pequeñita y desechable, meteré mis dudas y algunos de mis miedos. 

Con un poco de suerte, la torpeza de los aeropuertos se la llevará muy muy lejos.


Pffff…. A este paso “hpalcubo” será conocido como “HpAlDrama”…. ¡Cuánta lagrimilla asoma por ahí! ¡Pero basta! mañana algo de humor, voy a contar cómo entrar más kilos de los permitidos en un avión. El truco está en el equipaje de mano y una buena sonrisa…. ¡No digo más!

lunes, 1 de octubre de 2012

Rumbo a Nueva Zelanda (Parte 1): Abuelitas



¡Hola amigos! Me siento de nuevo ante el teclado con mucho más tiempo del que he tenido en los últimos cuatro meses. Ayer dije adiós (por el momento, soy consciente), a la bandeja y al delantal.

Ha sido un verano muy entretenido y en donde he aprendido una profesión donde en un país como España, país por y para turistas donde los haya, nunca faltará trabajo.

Dicho lo dicho. Quería contaros la hípernovedad. Emigro, y me voy a las antípodas del mundo… ¡Nueva Zelanda!

Me voy con el visado Working and Holiday Visa, un visado que te permite estar un año en el país y seis meses trabajando. Me voy  con muchas ganas de buscarme la vida, de conocer nuevos territorios  y gentes. Hacer fotos y vivir aventuras.

Sin embargo, me voy con la espinita clavada de que esta vez no viajo, esta vez emigro. 

Pero bueno, esto da para un largo post, y hoy quería hablaros de mi abuelita, que es la más.

Ayer, que salí de parranda para festejar mi último día de trabajo, me encontré, ya un poco de resaca, con un chaval que me contó que él se negaba a viajar porque no quiere perder momentos con su abuela, de 91 años. 

Me emocionó. Me emocionó porque yo sí decido irme aún adorando a mi querida iaia. La abuela Leo, para toda la familia, quien el año que viene cumplirá los 84 años. 

Ya antes de irme a vivir todo un año a Ecuador, en 2011, tuve una conversación importante con ella. De esas reveladoras, donde le confesé más de una cosa, y sobre todo, mi miedo a que a mi regreso ella ya no estuviera.

Ella, llena de sabiduría popular, siempre pone cara de póker y dice: “En la tele una vez entrevistaron a un periodista, uno de esos famosos, y él decía que antes de ser periodista viajó mucho e hizo de todo, desde lechero a guía en cruceros. Supongo que es algo que un periodista tiene que hacer…  ¿no?”. 

Yo siempre le digo que sí. Y sé que a ella esto le sirve para entender mis idas y venidas de Girona, y de su vida, desde que cumplí 18 años.

Ahora me voy a la otra parte del mundo, y sé que la comunicación con ella aún será más complicada. Sé que me voy a deshacer en este último abrazo antes de coger el avión.

Ella es la mejor. Y me apena no poder sentirla más cerca.

La vida son decisiones. Y si bien el tipo que ayer conocí decidía quedarse para estar con su abuela, el chico que escribe estas líneas decide irse. En pro de una vida mejor, una vida que también haga sentir orgullosa a su propia yaya.

Pero bueno, cerca o lejos, las abuelas siempre son abuelas.

Y seguro que a ambos nos seguirán dando pellizquitos en las mejillas cuando nos vean, y dándonos a escondidas billetes de diez cuando las visitemos a sus respectivas casas. “Para la merienda”, dirán como cuando tenías 7 años.