¡Hola amigos! Me siento de nuevo ante el teclado con mucho
más tiempo del que he tenido en los últimos cuatro meses. Ayer dije adiós (por
el momento, soy consciente), a la bandeja y al delantal.
Ha sido un verano muy entretenido y en donde he aprendido
una profesión donde en un país como España, país por y para turistas donde los
haya, nunca faltará trabajo.
Dicho lo dicho. Quería contaros la hípernovedad. Emigro, y
me voy a las antípodas del mundo… ¡Nueva Zelanda!
Me voy con el visado Working and Holiday Visa, un visado que
te permite estar un año en el país y seis meses trabajando. Me voy con muchas ganas de buscarme la vida, de
conocer nuevos territorios y gentes.
Hacer fotos y vivir aventuras.
Sin embargo, me voy con la espinita clavada de que esta vez
no viajo, esta vez emigro.
Pero bueno, esto da para un largo post, y hoy quería
hablaros de mi abuelita, que es la
más.
Ayer, que salí de parranda para festejar mi último día de
trabajo, me encontré, ya un poco de resaca, con un chaval que me contó que él
se negaba a viajar porque no quiere perder momentos con su abuela, de 91 años.
Me emocionó. Me emocionó porque yo sí decido irme aún
adorando a mi querida iaia. La abuela Leo, para toda la familia, quien el año
que viene cumplirá los 84 años.
Ya antes de irme a vivir todo un año a Ecuador, en 2011,
tuve una conversación importante con ella. De esas reveladoras, donde le
confesé más de una cosa, y sobre todo, mi miedo a que a mi regreso ella ya no
estuviera.
Ella, llena de sabiduría popular, siempre pone cara de póker
y dice: “En la tele una vez entrevistaron a un periodista, uno de esos famosos,
y él decía que antes de ser periodista viajó mucho e hizo de todo, desde
lechero a guía en cruceros. Supongo que es algo que un periodista tiene que
hacer… ¿no?”.
Yo siempre le digo que sí. Y sé que a ella esto le sirve
para entender mis idas y venidas de Girona, y de su vida, desde que cumplí 18
años.
Ahora me voy a la otra parte del mundo, y sé que la
comunicación con ella aún será más complicada. Sé que me voy a deshacer en este
último abrazo antes de coger el avión.
Ella es la mejor. Y me apena no poder sentirla más cerca.
La vida son decisiones. Y si bien el tipo que ayer conocí
decidía quedarse para estar con su abuela, el chico que escribe estas líneas
decide irse. En pro de una vida mejor, una vida que también haga sentir orgullosa
a su propia yaya.
Pero bueno, cerca o lejos, las abuelas siempre son abuelas.
Y seguro que a ambos nos seguirán dando pellizquitos en las
mejillas cuando nos vean, y dándonos a escondidas billetes de diez cuando las
visitemos a sus respectivas casas. “Para la merienda”, dirán como cuando tenías 7 años.
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