lunes, 1 de octubre de 2012

Rumbo a Nueva Zelanda (Parte 1): Abuelitas



¡Hola amigos! Me siento de nuevo ante el teclado con mucho más tiempo del que he tenido en los últimos cuatro meses. Ayer dije adiós (por el momento, soy consciente), a la bandeja y al delantal.

Ha sido un verano muy entretenido y en donde he aprendido una profesión donde en un país como España, país por y para turistas donde los haya, nunca faltará trabajo.

Dicho lo dicho. Quería contaros la hípernovedad. Emigro, y me voy a las antípodas del mundo… ¡Nueva Zelanda!

Me voy con el visado Working and Holiday Visa, un visado que te permite estar un año en el país y seis meses trabajando. Me voy  con muchas ganas de buscarme la vida, de conocer nuevos territorios  y gentes. Hacer fotos y vivir aventuras.

Sin embargo, me voy con la espinita clavada de que esta vez no viajo, esta vez emigro. 

Pero bueno, esto da para un largo post, y hoy quería hablaros de mi abuelita, que es la más.

Ayer, que salí de parranda para festejar mi último día de trabajo, me encontré, ya un poco de resaca, con un chaval que me contó que él se negaba a viajar porque no quiere perder momentos con su abuela, de 91 años. 

Me emocionó. Me emocionó porque yo sí decido irme aún adorando a mi querida iaia. La abuela Leo, para toda la familia, quien el año que viene cumplirá los 84 años. 

Ya antes de irme a vivir todo un año a Ecuador, en 2011, tuve una conversación importante con ella. De esas reveladoras, donde le confesé más de una cosa, y sobre todo, mi miedo a que a mi regreso ella ya no estuviera.

Ella, llena de sabiduría popular, siempre pone cara de póker y dice: “En la tele una vez entrevistaron a un periodista, uno de esos famosos, y él decía que antes de ser periodista viajó mucho e hizo de todo, desde lechero a guía en cruceros. Supongo que es algo que un periodista tiene que hacer…  ¿no?”. 

Yo siempre le digo que sí. Y sé que a ella esto le sirve para entender mis idas y venidas de Girona, y de su vida, desde que cumplí 18 años.

Ahora me voy a la otra parte del mundo, y sé que la comunicación con ella aún será más complicada. Sé que me voy a deshacer en este último abrazo antes de coger el avión.

Ella es la mejor. Y me apena no poder sentirla más cerca.

La vida son decisiones. Y si bien el tipo que ayer conocí decidía quedarse para estar con su abuela, el chico que escribe estas líneas decide irse. En pro de una vida mejor, una vida que también haga sentir orgullosa a su propia yaya.

Pero bueno, cerca o lejos, las abuelas siempre son abuelas.

Y seguro que a ambos nos seguirán dando pellizquitos en las mejillas cuando nos vean, y dándonos a escondidas billetes de diez cuando las visitemos a sus respectivas casas. “Para la merienda”, dirán como cuando tenías 7 años.

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